“Chaza” diferente de “olla”
Desde hace algunos meses, miembros de la representación profesoral en
conjunto con ASPU, alertaron a la comunidad universitaria sobre los
riesgos derivados del creciente y descarado expendio de drogas al
interior del campus universitario (véase comunicado “estamos en la
olla”); de manera que en algunas de las acciones que ahora denuncia la
dirección de la Universidad en parte son una respuesta a las demandas
plantadas por la comunidad universitaria, incluidos importantes
sectores de la representación estudiantil.
Sin embargo, el compartir acciones activas contra el expendio de
drogas y contra la pretensión de dominio territorial por parte de
quienes se lucran con ese negocio, no puede confundirse con la condena
generalizada que ahora se hace a “todo tipo de ventas ambulantes”. Al
establecer relaciones tan inmediatas entre tráfico de drogas y ventas
ambulantes, se puede incurrir en el riesgo de criminalizar la
actividad económica – que según estadísticas oficiales – comprometen a
7´500.000 colombianos.
En efecto, en el caso de la UN, quienes tenemos una relación cotidiana
con los estudiantes, sabemos a ciencia cierta que la venta de dulces,
empanadas, postres, minutos, es el recurso al que apelan muchos de
nuestros estudiantes para ayudarse con el pago de pasajes,
alimentación, libros, e incluso cancelar el valor de las matrículas.
Además son diversas las modalidades de esta actividad, pasando por
quienes realizan las ventas deambulando por el campus sin dedicar a la
actividad tiempos específicos, o quienes se organizan con grupos de
compañeros para atender por cortos periodos sus sitios de venta, hasta
quienes pueden atender – en condición de “empleados” – “chazas” que
tienen otros propietarios. En consecuencia, el fenómeno requiere de
diagnósticos detallados, para no incurrir en decisiones equivocadas
por políticas generalizadas.
Si hay voluntad de realizar ese diagnóstico, una de las relaciones que
debe explorarse es la probable conexión entre la insuficiente y escasa
cobertura de las políticas de bienestar con el fenómeno que se viene
comentando. Pues debe asumirse que si la UN se congracia con la
presencia mayoritaria de estudiantes de admisión especial y de los
estratos 1, 2 y 3, en un país como el nuestro, no se puede pretender
que por el hecho de ser universitarios, ahora tengan los
comportamientos económicos y las lógicas de sobrevivencia de otros
universitarios más afortunados que tienen su manutención garantizada y
tienen la oportunidad de realizar sus consumos en muy asépticas y
acreditadas cafeterías, cuando la realidad es que muchos de nuestros
estudiantes traen sus almuerzos desde las casas – si es que los traen
– y deben consumir sus meriendas en los prados o adquirir económicos
comestibles a los vendedores ambulantes (pasteles, empanadas y/o
jugos).
La UN atraviesa por sustantivas modificaciones, entre las que está el
debate sobre lo que se pretende como proyección de una imagen de
universidad, sin partir de lo que es su tarea misional y su real
naturaleza como comunidad universitaria. Tememos que lo que se
pretenda equiparar a raja tabla, a nuestra UN, a empresas educativas
del sector privado, cuyo fin exclusivo es la búsqueda de lucro
económico. De esta pretensión en la “visión” de universidad, deriva
una percepción meramente esteticista y mercantilista del campus
universitario. Así, lo único que preocupa es el afán por construir
“plazoletas de comidas”, ojalá con concesiones a “Juan Valdés”, “Oma”
y los “Wimpy´s”; en el otorgamiento de las concesiones a las
cafeterías universitarias predominan los criterios de la rentabilidad
y la exigencia de condiciones muy onerosas para su funcionamiento,
pero la no consideración de las tarifas de lo que se habrá de
expender; es la razón para que muchas cafeterías continúen cerradas
(caso de Agronomía), y se carezca de espacios de sociabilidad para los
miembros de la comunidad, dado que las cafeterías que funcionan tienen
precios inaccesibles para un porcentaje significativo de los miembros
de la comunidad universitaria que deben seguir acudiendo a las ventas
ambulantes.
En síntesis, la seguridad del campus, su estética, la preservación de
los prados y jardines, la garantía de que la comunidad y el público en
general deambulen tranquilamente por la ciudad universitaria,
ciertamente hacen parte del bienestar universitario. Pero una política
de bienestar debe apuntalarse en la misión de la universidad y en el
reconocimiento de la comunidad que se tiene, para determinar las
políticas a tono con las realidades de esa comunidad, algo muy
diferente de respaldar las políticas en diagnósticos ligeros, sesgados
por visiones desacertadas de la UN.
La semana de 1 al 7 de agosto de 2010 a pesar de la casi nula
presencia de “chazas” en el campus, el expendio de drogas y licor
continuó, el terrible viernes de excesos se mantuvo. El bienestar
universitario está en cuestión pero la “olla” goza de buena salud.
COMITÉ DE REPRESENTANTES PROFESORALES UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA
SEDE BOGOTÁ, Agosto 9 de 2010
con los estudiantes, sabemos a ciencia cierta que la venta de dulces,
empanadas, postres, minutos, es el recurso al que apelan muchos de
nuestros estudiantes para ayudarse con el pago de pasajes,
alimentación, libros, e incluso cancelar el valor de las matrículas.
Además son diversas las modalidades de esta actividad, pasando por
quienes realizan las ventas deambulando por el campus sin dedicar a la
actividad tiempos específicos, o quienes se organizan con grupos de
compañeros para atender por cortos periodos sus sitios de venta, hasta
quienes pueden atender – en condición de “empleados” – “chazas” que
tienen otros propietarios. En consecuencia, el fenómeno requiere de
diagnósticos detallados, para no incurrir en decisiones equivocadas
por políticas generalizadas.
Si hay voluntad de realizar ese diagnóstico, una de las relaciones que
debe explorarse es la probable conexión entre la insuficiente y escasa
cobertura de las políticas de bienestar con el fenómeno que se viene
comentando. Pues debe asumirse que si la UN se congracia con la
presencia mayoritaria de estudiantes de admisión especial y de los
estratos 1, 2 y 3, en un país como el nuestro, no se puede pretender
que por el hecho de ser universitarios, ahora tengan los
comportamientos económicos y las lógicas de sobrevivencia de otros
universitarios más afortunados que tienen su manutención garantizada y
tienen la oportunidad de realizar sus consumos en muy asépticas y
acreditadas cafeterías, cuando la realidad es que muchos de nuestros
estudiantes traen sus almuerzos desde las casas – si es que los traen
– y deben consumir sus meriendas en los prados o adquirir económicos
comestibles a los vendedores ambulantes (pasteles, empanadas y/o
jugos).
La UN atraviesa por sustantivas modificaciones, entre las que está el
debate sobre lo que se pretende como proyección de una imagen de
universidad, sin partir de lo que es su tarea misional y su real
naturaleza como comunidad universitaria. Tememos que lo que se
pretenda equiparar a raja tabla, a nuestra UN, a empresas educativas
del sector privado, cuyo fin exclusivo es la búsqueda de lucro
económico. De esta pretensión en la “visión” de universidad, deriva
una percepción meramente esteticista y mercantilista del campus
universitario. Así, lo único que preocupa es el afán por construir
“plazoletas de comidas”, ojalá con concesiones a “Juan Valdés”, “Oma”
y los “Wimpy´s”; en el otorgamiento de las concesiones a las
cafeterías universitarias predominan los criterios de la rentabilidad
y la exigencia de condiciones muy onerosas para su funcionamiento,
pero la no consideración de las tarifas de lo que se habrá de
expender; es la razón para que muchas cafeterías continúen cerradas
(caso de Agronomía), y se carezca de espacios de sociabilidad para los
miembros de la comunidad, dado que las cafeterías que funcionan tienen
precios inaccesibles para un porcentaje significativo de los miembros
de la comunidad universitaria que deben seguir acudiendo a las ventas
ambulantes.
En síntesis, la seguridad del campus, su estética, la preservación de
los prados y jardines, la garantía de que la comunidad y el público en
general deambulen tranquilamente por la ciudad universitaria,
ciertamente hacen parte del bienestar universitario. Pero una política
de bienestar debe apuntalarse en la misión de la universidad y en el
reconocimiento de la comunidad que se tiene, para determinar las
políticas a tono con las realidades de esa comunidad, algo muy
diferente de respaldar las políticas en diagnósticos ligeros, sesgados
por visiones desacertadas de la UN.
La semana de 1 al 7 de agosto de 2010 a pesar de la casi nula
presencia de “chazas” en el campus, el expendio de drogas y licor
continuó, el terrible viernes de excesos se mantuvo. El bienestar
universitario está en cuestión pero la “olla” goza de buena salud.
COMITÉ DE REPRESENTANTES PROFESORALES UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA
SEDE BOGOTÁ, Agosto 9 de 2010
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